9/05/2006

Las Yungas, Tucuman


Dormir a los pies del Cristo Bendicente, con los rayos del sol entibiando el cuerpo y el arrullo del viento, el silencio. Y al entreabrir los ojos, ver la sierra y la selva desde las alturas. No es un sueño. Tampoco es cursilería. Es una simple siesta al aire libre, en medio de nuestro paseo por Las Yungas de Tucuman.
Bueno, Bonito, Barato. Se toma el colectivo a San Javier en el Terminal que cobra $6 hasta las Cascada. Y ya solo el viaje en micro vale la pena, porque se sube por un camino serpenteado, rebosante de vegetación. Dicen que en el verano es mucho más lindo porque acá la estación seca es el invierno, es decir, ahora, mientras que el verano es húmedo y llueve a cántaros. Entonces todo florece y es mucho más exuberante.
Con la Chani llenamos nuestras alforjas de pan, queso y salame y partimos rumbo a la selva. Bajamos a la cascada, siguiendo la ruta de las hormigas gigantes, una larguísima columna de hojitas cortadas, flores y semillas, y nos cuidamos de no tropezar con alguna serpiente.
De vuelta a San Javier, tomamos la misma micro, con el mismo chofer, que de tanto hacer esta ruta ya conoce todos los nombres de sus pasajeros, y se percató de nuestro acento de inmediato. La pregunta del millón: ¿De dónde sos? Y se larga la conversación. Paramos en el Cristo para la siesta y empezamos a bajar la sierra. A la orilla del camino, trepando por atajos, colgándose de lianas y de raíces, escuchándo pájaros desconocidos y el oído bien alerta. Así caminamos durante dos horas, hasta que volvió a pasar la misma micro con el mismo chofer que nos llevó de vuelta a Tucuman. Lo más lindo fue un colibrí verde, amarillo y rojo de cola larga que revoloteaba entre los arbustos.

PD: hice trampas con las fotos, porque no he podido bajarlas.

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