8/25/2006

Primera Parada: San Juan, Cuyo, Argentina



- ¿En Chile conocés a Sarmiento?
- La verdad es que muy poco - le respondí a la chica del hostel, recordando las clases de Periodismo en la HIstoria de Chile con Carlos Ossandón. Me sonaba un libro "Facundo".
- ¡Qué injusticia! Si fuera por Sarmiento San Juan y el Cuyo serían chilenos.

En San Juan hay tres palabras que se repiten a cada instante: Sarmiento, Zonda y Terremoto. Aquí nació y creció Domingo Faustino, el Maestro de América, fundador de la primera escuela normal de sudamerica, nada más y nada menos, que en Santiago de Chile.
Zonda es un viento caluroso y huracanado que viene desde la Cordillera y que deja la cagá cada vez que se aparece, en Agosto casi siempre, aunque por suerte para nosotras, este año llegó en Julio y voló varias decenas de árboles del Jardín de los Poetas. Zonda es también un libro de Sarmiento y un balneario popular a pocos minutos de San Juan.
Y en 1944 hubo un terremoto que no dejó piedra sobre piedra. Hubo que reconstruir todo de nuevo, y todo antisismico. La Catedral tiene apenas 25 años y si estás escuchando un concierto en el Auditorio Juan Victoria (el que tiene la mejor acústica de latinoamérica y un órgano de trescientos y tantos tubos)ni te das cuenta de que está temblando porque está construido sobre rieles.

(to be continued)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buena!!
les pido un favor, vayan cachando al ojo por donde pasen si hay hartas o pocas botillerías.

Francisca Araya dijo...

Botilleria no hay tantas como en Chile, pero hasta el mas chico de los almacenes vende cerveza y tiene mesas para tomarsela al aire libre.

Anónimo dijo...

Para Francisca,
una mujer real, creo.

LA SEGUNDA EXPLICACION

Hoy fue domingo, pero no fue normal. Desde que me levanté sentí que una sensación me oprimía el pecho. Era un sentimiento desconocido que no podía expresar, una emoción intensa que oscilaba entre ganas de incendiar el mundo y una plegaria secreta y contenida.

Como no tengo buena disposición para contener nada, de pronto me vi en la calle caminando hacia la cordillera, que no está lejos de mi casa. La ascensión hacia la montaña era magnífica. El aire se hacía cada vez más puro y la cordillera cada vez más grande, y yo, que hace poco regresé a mi país, con eso tenía bastante para estremecerme. Entonces, haciendo un ejercicio de imparcialidad, traté de pensar menos en nuestra preciosa cordillera y más en las miserias materiales y espirituales de la patria, que no son pocas, y concentré toda mi atención en las pequeñas casitas que entrega el Estado y en los borrachos que pasaban a mi lado, con cierta frecuencia.

Pero no había caso, en ese momento, hasta los borrachos me parecían hermosos y las casitas amplias y luminosas y definitivamente no entendía qué diablos me estaba pasando! Mientras seguía caminando, barajaba varias hipótesis para explicar mi hipersensibilidad. Explicación número uno: “soy un tarado de la cabeza”, me dije. Explicación numero tres: “vengo llegando a mí país, se acerca septiembre, el mes de la patria y TVN está emitiendo un mensaje subliminal que dice: ¡viva Chile, viva Chile, vive Chile mierda!” Explicación número cuatro: “simplemente la cordillera es bella y yo, que soy de naturaleza cursi, tengo ganas de llorar de puro contemplara...” Explicación número cinco: “¡soy un estúpido tarado de la cabeza, se me olvidó la explicación número dos, que seguro es la correcta!”

En esas condiciones mentales, que no me atrevo a definir, llegué a un parque hermoso, que subía ondulante hacia la ya mencionada cordillera y entonces la situación se volvió verdaderamente inquietante. ¡Todo me parecía un spot publicitario y yo, debo reconocerlo, soy capaz de llorar con los spots publicitarios, por muy melodramáticos que sean! La nieve de la cordillera brillaba con el sol y los volantines se alzaban por todas partes contra ese majestuoso telón de fondo y las familias, familias chilenas por supuesto, hacían sus asados y compartían el vino con generosidad. Supe entonces, que en lugar de caminar, debía correr, escapar. Tal vez así, con más oxígeno en la sangre, se me pasaría lo que amenazaba con derivar en un ataque de patriotismo del más chabacano! Pero en lugar de mejorar, la situación se hizo cada vez peor. En dos o tres minutos atravesé casi todo el parque y las imágenes me golpearon las retinas a toda velocidad: una niñita comiendo manzanas confitadas, un hombre que vendía exquisito maní tostado, un avioncito de plumavit recortado contra el cielo azul, una madre de rostro obrero que me sonrió sólo por sonreír...

Tuve que parar, conmovido, al borde del llanto y reconocí, que a pesar de todo, me gustaba mi país y que eso no era ningún delito! Pero como en realidad yo soy dos personas y tengo, aunque no lo crean, un lado racional, decidí parar en seco mis emociones y reconsiderar. “¡Sí, eso haría, reconsiderar, me sentaría tranquilamente, al borde de una cancha de fútbol, a reconsiderar!”

El partido era divertido, los jugadores tenían dos velocidades. Se movían en cámara lenta casi todo el rato, como sonámbulos. Pero cada cierto tiempo cambiaban sorpresivamente de velocidad por unos pocos segundos y parecían verdaderos atletas griegos o europeos. Bueno, tampoco hay que exagerar, pensé, “ni siquiera en esos momentos de inspiración lograban meter goles”, me dije, y de inmediato comprendí que el ataque de patriotismo estaba comenzando a ceder: la innegable falta de dotes futbolísticos de nuestra gente me había salvado.

Pero justo entonces, los jugadores aceleraron nuevamente la velocidad y comenzaron a jugar realmente bien, como si de verdad hubiesen escuchado mis pensamientos y quisiesen demostrarme que estaba equivocado. ¡Los deportistas de rostro obrero corrían con tanto brío, que levantaban nubes de polvo, y allí, luchando en el centro de esa cancha de barrio polvorienta, se veían hermosos! Desde allí salió el balón, un potente disparo que cayó en el pecho de un delantero chileno con pinta de héroe griego y desde ese pecho, (que a esas alturas del entusiasmo podía parecerse también al de Lautaro), la pelota bajó al muslo y llegó al pie que lo impulsó de un golpe certero al otro lado del área. Era una jugada magistral, pensé, “la gran oportunidad de que este partido supere la mediocridad del cero a cero”, me dije, mientras apretaba los puños y contenía la respiración. Para culminar ya la jugada, a pocos metros del arco, el puntero derecho se elevó con verdadera gracia, realizando un gesto técnico perfecto. Pero tras el remate, de media chilena, todo volvió a su lugar, todo volvió a ser Chile, ¡nuestro doloroso Chile! El disparo había salido desviado como en todo el resto del partido y los jugadores volvían a funcionar en cámara lenta y poco después, el pitazo del arbitro volvía a sellar la fatalidad de nuestra historia futbolística.

Decidí correr, pero esta vez para escapar del fatalismo chileno y no me detuve hasta el final de ese parque con forma de serpiente, que ahora me parecía un espacio casi sagrado, donde las cosas podían comprenderse mejor, es decir con el alma, con el corazón. Sucedió entonces lo inexplicable. En el último rincón del parque que terminaba a los pies de la cordillera, había una pequeña cede social y en ella una reunión mapuche, un encuentro de mapuches perdidos en Santiago. Sin proponérmelo había llegado a las raíces más profundas de la chilenidad y con la mente en perfecto equilibrio. Entré, y sin darme cuenta ya estaba tomando mate y tocando la guitarra y tratando de peñi a todo el mundo con extraña facilidad, mientras mis ojos se dejaban cautivar por las arrugas venerables, las negras cabelleras y los blancos trapelacuches.

Estaban reunidos para celebrar la construcción de un centro ritual mapuche allí mismo, en la parte más alta del parque, a los pies de la cordillera y eran hermosos, casi tan bellos como los de Ercilla y al final de esa tarde de volantines y manzanas confitadas, parecían mucho más fantasmas, apariciones, que seres de carne y hueso.

Decidí correr de nuevo, pero esta vez de regreso a casa, fatigado ya de tantas emociones. Pero tenía que atravesar otra vez el largo y angosto parque de la patria y sabía que mi corazón no pararía de latir claro y fuerte hasta que se acabara su largura. En esas condiciones de legítima emocionalidad (no olviden ustedes que vengo llegando a este país después de muchos años de autoexilio) salieron de mi boca unos versos de Benedetti: “te quiero en mi paraíso, es decir que en mi país, la gente viva feliz aunque no tenga permiso...tu boca que es tuya y mía, tu boca no se equivoca, te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía...”

En ese momento comprendí todo: la sensación que me oprimía el pecho desde la mañana, las ganas de incendiar el mundo, la secreta plegaria contenida y toda la pulsión de idealizar a mi país. Todo, todo emanaba de Francisca, una chilena que había conocido hace poco y que me parecía mejor, mucho mejor que todas las mujeres europeas que había conocido en los últimos siete años. Francisca era mejor que las delicadas francesas, mejor que las rusas más atrevidas, mejor que las andaluzas y las cubanas, y las griegas y las venezolanas y las polacas...!

Francisca me había susurrado esos versos de Benedetti, mientras me hacía el amor. Y yo había pensado, en ese mismo instante, que tal vez con ella, este doloroso país podía llegar a ser mi paraíso. “Te quiero en mi paraíso, es decir que en mi país” seguí cantando mientras corría y dejaba atrás la cordillera, sabiendo, sin lugar a dudas, que la explicación número dos, había sido censurada en mi laberinto interior, porque contenía el nombre “Francisca...”

Anónimo dijo...

Pancha, Que le hiciste a ese hombre para que te escriba esos versos, después me das la receta, ja , ja.

Me alegro mucho saber que están bién, las fotos están lindas y se ven contentas...mmmm...pucha la verdad es que aunque hace poco que se fueron ya las extraño. Pero bueno... disfruten cada parada en su recorrido y nos estamos comunicando.
A propósito, está bien barata las cosa ah..aprovechen no más

Un abrazo, Pao

Anónimo dijo...

changui!

te ves diiiivina con tu champa cayendo estrepitosamente sobre tus mamas exoticas, junto al viento fresco de las montañas y el cielo virginal de las altos riscos...
¡y me parece muy bien que agarres con fuerza tu banano!, mas que mal ahi llevas tus mercancias, joyas y amuletos, bien señora!...
buenas vibras desde el otro lado de la montaña, disfruta, vive, peca...

te quiero
keno